lunes, 15 de noviembre de 2010

LA CRUCIFIXIÓN DE SAN PEDRO



Ya ni los ponientes recordaran nuestro adiós
último en la noche que se aleja            
eran doce los rostros en la estatua del destierro
los clavos perforando la carne, la geométrica herida
la cruz inclinada al cielo, rígida al ocre de espadas
árido fulgor de la derrota, monumento de la iglesia
que en mi sucumbe, los parpados cerrados
el aliento cóncavo, la cruz invertida.
Ahora se lo que tú sentiste en la noche de los rezos 
la deposición de tu cadáver,  la boca de escombros
insospechado escorzo que el brutal ojo nunca alude,
sudario de mi sangre que no resucita a los tres días,
Sórdido amanecer que para mi no existe
porque me condena el exilio que la religión otorga.
Abrazo del verdugo que socavó lo débil
mis pies en la penumbra para sostener mi cuerpo
en el íntimo roce de plegarias que Dios no escucha
muerto en el lienzo, sepulcro de los labios
se que el cielo no existió, tu fe era falsa
y falso el glacial de tus palabras y oraciones vanas
polvo en el ámbito de pinceles y manos torpes .
Dios, no los perdones, porque si saben lo que hacen
Asesina su estirpe, destruye el refugio de sus almas
En la vespertina hora de los lobos negros.
hambre del pecado, furia de la página, miedo del apóstol
me dejo morir como el ciervo que reposa ante la muerte
porque el hierro de los clavos detienen mis manos
y la vejez censura  mi orgullo, mi fe clandestina
Clavado en la cruz bajo el ocaso,
con mi cabeza rezándole a la tierra
pienso en la tiniebla, en el puñal, en la espada,
y en la muerte de aquellos que hoy sueñan mi muerte.  

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